En descenso. Las plagas, los cambios del mercado y otros factores afectan la producción.
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Luisa Féliz heredó de sus padres y abuelos la tradición cafetalera pero no la pudo pasar a sus hijos. |
Todavía ninguna de las peripecias vividas por “Mamá Gueda” le habían ablandado el coraje; en sus casi 60 años de filantropía ha dado techo a más de un centenar de barahoneros, incluso su propia cama.
Ya vio morir muchos animales, plantas y arroyos, pero no recuerda dolor tan hondo como el del café cuando se extingue de su tierra sin esfuerzos que valgan para evitar la tragedia de Polo. Su nombre es Luisa Féliz Acosta pero nadie la llama así desde hace décadas, justo después del ciclón David cuando inició el altruismo y vendía café a tres centavos la libra.
Hoy vende la misma cantidad por 250 pesos y posiblemente llegue a 500 si la escasez incrementa. Tanto tiene que ver la alta cotización dada por la Unión Europea como la innegable disminución en producción.
El municipio de Polo está ubicado a unos 750 metros sobre el nivel del mar en Barahona, al sur de República Dominicana. Las condiciones favorables del clima permitieron que los campesinos a finales del siglo XIX cambiaran el cultivo de caña por café, evolución que en poco tiempo se expandió en todo el pueblo y la comunidad se unificó en la producción del café premium.
Según el agrónomo y ex alcalde Andrés Ruiz, los primeros cultivos se hicieron con café típico, que fue el encontrado por los primeros pobladores de Polo; para finales de los años 70 consiguieron un grano colombiano denominado Caturra y más reciente adquirieron el denominado Catimor, una variedad que resiste las plagas causantes de la desgracia desde hace un lustro.
El especialista precisa que la broca y la roya han acabado con sus cultivos, que pasaron de 35,317 toneladas métricas en 2011 a 17,592 en 2014.
Estas enfermedades en la flora han afectado todas las producciones, aunque todavía en el Sur se genera el 26 % del café nacional, un 22 % en la parte Suroeste, cerca de un 16 % en la región Norte y en el Sureste alcanza un 11 %.
¿Qué pasaría si se termina la producción de café en Polo? En este municipio viven cerca de 9,000 personas y no menos de 7,000 viven del café en forma directa o indirecta. Para la cosecha se destinan 70,000 tareas pero vigentes no llegan ni a 15,000 y esas se han logrado con los ahorros de los cafetaleros que aseguran estar al borde de la quiebra, por lo menos los que quedan vivos.
Otra razón de bastantes libras es el Festicafé, una celebración –tradición- que lleva una docena de años, con la que los poleros festejan la cosecha de la época, aunque el proceso desde que se planta la semilla hasta que se logra cosechar el producto tarda unos tres años, a veces más.
Celebración y plegaria
Es un encuentro que reúne durante tres días a toda la comunidad y que, por su trascendencia, atrae gente de todo el país y fuera de él. Llegan desde Colombia, Brasil, Honduras, España y otras latitudes.
El Comité Permanente de Cultura de Polo (CPCP) precisa que este festejo aglutina todos los caficultores orgánicos de las comunidades rurales en la Sierra de Bahoruco y más allá del Sur. La intención es que se den a conocer los trabajos, promover la producción natural del café y, algo de suma importancia, motivar el uso sostenible de suelo con la reforestación y la ecología.
Este año el director ejecutivo de Festicafé es Embert Heredia, quien adelanta que expondrán varios productos comestibles derivados del café como bizcocho, mermelada, gelatina, arroz con leche, té frío y otros artesanales como velones, pinturas e ilustraciones abstractas que se logran con la combinación de los colores en las distintas etapas de los granos.
Uno de los coordinadores es José Luis Féliz y manifiesta que la pretensión siempre ha sido conjugar la caficultura con la conservación del medio ambiente en la Sierra de Bahoruco, sobre todo porque Polo ocupa cerca de 200 kilómetros cuadrados de ésta. Han logrado la visita de por lo menos 10,000 personas en todas las celebraciones, unos años más, como cuando la cosecha era cuantiosa.
José Luis Féliz y Andrés Ruiz coinciden en que no hay otra actividad que dinamice más la economía del municipio que el Festicafé, y más si se detalla que decenas de familias alquilan sus casas para albergar a los visitantes extranjeros, se dinamiza el transporte público, se amplifica la venta de alimentos, ropa, servicios y hasta terrenos para fines vacacionales.
“El festival crea un impacto antes, durante y después, que se siente en los bolsillos de la gente. El montaje cuesta tres millones de pesos, pero eso se traduce en ganancias si contamos con el consumo de los visitantes y los negocios que logran los caficultores con los posibles clientes”, confirma Féliz Pérez.
¿A dónde se fue el café de Polo?
Para José Luis, la baja producción se debe al poco apoyo recibido por el Consejo Dominicano del Café; sin embargo, para el comunicador polero Sucre Féliz la razón sube más peldaños y llega hasta la Presidencia de la República porque recuerda los 12 millones de pesos que Danilo Medina les prestó para dinamizar los cultivos, pero nunca lo aprovecharon porque el depósito se hizo a través de Banreservas y, como ellos tenían deudas atrasadas, el banco hizo el descuento automático.
De su lado, el ex alcalde Ruiz considera que el problema radica en que las plantaciones tienen más de 50 años y ya no resisten las técnicas modernas ni las plagas, por lo que la producción es mínima. Mientras, Mamá Gueda entiende que la decadencia se debe a la ausencia de la presente generación en los campos; ninguno de sus hijos se dedicó a la caficultura, tampoco los descendientes de su contemporáneos.
Con la llegada de las plagas, los caficultores no tenían suficientes recursos para hacerles frente y más del 80 % de la producción se perdió; con ella se esfumaron los pocos centavos que quedaban. “No queremos que nos regalen dinero, sino que nos asistan con las plantas, el abono y las ventas para poder resurgir”, apunta José Luis.
Sin embargo, Sucre pone de relieve que si abonan los cultivos el café pierde calidad porque disminuye lo orgánico y ese es el sello del municipio, aunque reconoce que producirlo al natural les cuesta el doble y por eso sus granos son los más caros del país, precisamente el doble del procesado. Para 2014, un quintal se les vendió a US140 dólares frente a US$70 del convencional.
La contabilidad del beneficio sobre el esfuerzo
Hasta hace unos años producían 35,000 quintales, ahora no llegan ni a la mitad. Es normal que un caficultor venda un quintal en RD$10,000 pero producirlo le cueste RD$5,000. Ruiz calcula que un productor, para poder subsistir, debe sembrar no menos de 30 tareas que pudieran dejar unos RD$150,000 de ganancia si toda la cosecha sale buena, pero de calidad usualmente solo se logra con el 70 %.
Un saco de café soporta 100 libras (1 quintal) y en cada tarea se pueden cosechar tres quintales. Si se calculan tres quintales por 30 tareas, el resultado da 90 quintales, vendidos a 10 mil pesos cada uno, concluye en 900 mil pesos, a los que se le resta el 50% (RD$450,000) de producción, dividido entre los tres años que dura la cosecha y al final la ganancia son RD$150,000 por año.
“Fundamentalmente necesitamos fondos para subsistir porque el café es de ciclo largo, dura tres años una cosecha para poder sacarle la inversión. Necesitamos plantas, preparación de suelo y mantener esa plantación. También hay que tener un vivero para el primer ciclo de la planta que dura hasta nueve meses; luego la llevamos al campo por dos años con chequeos diarios”, acotó Ruiz.
Como el ciclo del café es tan largo –por lo menos para la generación actual– la mayoría de jóvenes nunca entraron a los cafetales y una parte emigró a Santo Domingo; los que se quedaron fueron a la universidad a estudiar carreras ligadas a la salud y magisterio; hay otro grupo que vive de la chiripa, el ocio, los motoconchos y, en menor medida, la delincuencia.
“Fuimos una potencia económica en producción, pero ya no es así. Ahora la gente de Polo debe salir para buscar alternativas de vida porque la juventud no tiene opciones, no hay relevo generacional. Los grandes productores han muerto y ninguno de sus hijos siguió la tradición”, sentencia Andrés, mientras disminuye su tono con el mismo dolor que marcó a Mamá Gueda.
Motivar otros cultivos
Festicafé promueve sus plantaciones como la solución ecológica de la Sierra de Bahoruco, en razón de que donde se siembra café llega la sombra y eso motiva el crecimiento de plantaciones boscosas, sobre todo en zonas de alta humedad y bajas temperaturas. Además, logran que los compueblanos no abandonen las tierras y se conviertan en una carga para el Estado, como ya lo son algunos de los que se han ido. Por último, dinamizan la economía.
Hoy cerca del 60 % de las tierras en Polo están plantadas de café, el resto se divide entre guineos y algunos frutales. La idea de experimentar con legumbres, frutas o algunos víveres no la ven descabellada, pero analizan que cambiar el sistema productivo local sale más costoso que inyectar recursos a los cafetales y dinamizar la tradición socioeconómica.
Cuenta Mamá Gueda que después del sismo de Haití (enero de 2010) los cultivos no fueron nunca los mismos, quizás peores. Antes, según ella, usaban las naranjas y toronjas para lavar la carne por la abundancia que tenían, sin embargo ahora no aparecen ni para los remedios caseros propios de su gente. Lo mismo pasa con las fresas y legumbres, sin dejar de lado los guineos.
“Estoy llorando porque el café es la vida mía, como lo fue de mis abuelos, mi mamá y mis hermanos”, confiesa la matriarca de Polo mientras se completan los preparativos para el Festicafé a finales de octubre.
Ni siquiera la fiesta opaca la incertidumbre de saber si mañana habrá cosecha para celebrar porque los cafetales se agotan y sin ellos la montaña ni siquiera podrá llorar.